Ya es una secuencia recurrente. Tienes ganas de incorporar el movimiento a tu vida. A lo mejor, el médico te ha recomendado hacer ejercicio. O tal vez no sientas la seguridad y confianza que te gustaría tener con respecto a tu cuerpo. Decides apuntarte al gimnasio. Al principio, vas todas las semanas o, incluso, quizás, todos los días. Lo tomas como una responsabilidad, una tarea más. Pero, poco a poco, pierdes la motivación. Llega la hora de ir a clase de spinning y sientes demasiado cansancio como para encararla. Faltas a una sesión, luego a otra. Y así, un día, te das cuenta de que has abandonado.
Esto es algo que les ocurre a muchas personas. El estilo de vida sedentario puede ser un ciclo difícil de romper. Incorporar el hábito de hacer ejercicio es complicado cuando se ve como una carga, una tarea más del día a día como hacer la colada o la compra. Pero ahí es precisamente donde nos equivocamos: romper con el sedentarismo no tiene que ser sinónimo de sufrimiento. Especialmente si lo que buscamos es construir un hábito que podamos mantener a lo largo del tiempo. Lo decisivo, en este sentido, es tener presente el factor psicológico.
«Información ya hay. La gente ya sabe que tiene que hacer deporte, todo el mundo lo sabe, la gente lo recomienda, cuando vas al médico, te lo dice, todos lo sabemos. No solo por salud física, sino también por salud emocional. Es necesario y se sabe. Y sin embargo, tenemos unos niveles muy altos de sedentarismo. Así que la pregunta es por qué no lo hacen, si la gente sabe que lo tiene que hacer y tiene los recursos. La respuesta yace en factores de motivación y psicológicos. Hay dos factores principales: o no son conscientes del gran impacto que tiene para su salud el hacer ejercicio físico, o no tienen motivación intrínseca», explica la psicóloga Laia Garrigós, especializada en psicología del ejercicio físico.
El problema es que, por mucho que sepamos cuánto nos puede beneficiar incorporar a nuestra vida el movimiento, la motivación viene de la mano de sentir que la recompensa por hacerlo será inmediata. Y, cuando pensamos en empezar un plan o una rutina de ejercicios, esperamos ver resultados al cabo de semanas o meses. Entonces, la clave está en encontrar una actividad que nos guste.
El deseo, una motivación que viene de dentro
La motivación, esa gran aliada a la hora de hacer cambios positivos en nuestra vida, no es algo que se nos pueda dar desde fuera, o al menos no del todo. «En psicología hablamos de dos tipos de motivación: motivación intrínseca y motivación extrínseca. La motivación extrínseca es la que nos viene desde el exterior. Por ejemplo, si yo tengo motivación por hacer deporte porque me lo recomienda el médico, o porque me lo pide mi pareja, o porque quiero un cuerpo que encaje en los estándares sociales. Toda esta motivación viene de afuera de mí. Pero la motivación intrínseca es la que nos viene de dentro. Es un deseo interior que tenemos de hacer las cosas, y no necesitamos que nos vengan a premiar ni a darnos recompensas ni a asustarnos, que ya lo queremos hacer por nosotros mismos. Y ese es uno de los fallos principales que nos encontramos a la hora de promocionar el ejercicio físico. Es una motivación extrínseca, pero no intrínseca. No promocionamos ese deseo interno. Y eso es muy importante, porque se ha visto en muchos estudios de psicología que lo que hace que mantengamos las conductas a lo largo del tiempo es esta motivación intrínseca», señala Garrigós.
El problema está en que la motivación extrínseca, por sí sola, no nos hará sostener el cambio que hemos empezado en nuestro estilo de vida. En el momento en que las cosas se pongan difíciles o el ejercicio nos aburra, abandonaremos. «La motivación extrínseca puede hacer que empecemos a hacer cosas, puede hacer que yo empiece a hacer deporte, pero no va a hacer que se mantenga en el tiempo esa conducta. Por eso vemos hoy en día tanta gente que sí que lo intenta, que empieza en los gimnasios, pero a las dos semanas ya no la ves más. O gente que se va a correr dos días y ya está, y se acabó por todo el año», ilustra Garrigós.
Entonces, ¿cómo conseguimos esa motivación intrínseca? Hay algunas claves. Para empezar, es importante que nos sintamos competentes en aquella actividad que estamos empezando. «Para la gente que está habituada a hacer ejercicio, esto no es un problema. Pero si nos ponemos en el caso de una persona que lleva 15 años sin prestarle atención a su cuerpo, el irse al gimnasio a levantar pesas se le hace cuesta arriba, porque se imagina a sí mismo más perdido que un pulpo en un garaje. Y entran temas de autoestima y muchas otras cosas», señala Garrigós.
Así, potenciar una actitud de paciencia y gratitud con el propio cuerpo es primordial. Esto dependerá de la persona. Para algunos, puede significar empezar poco a poco, sin plantearse al principio desafíos demasiado intimidantes, sino metas asequibles. En otros casos, elegir clases o equipos que realicen una actividad, en los que todas las personas estén a un nivel similar en cuanto a su condición física, puede ser clave para sentirnos cómodos. «No tengo que esperar ir a una clase del gimnasio y seguir el ritmo si hace 15 años que no hago ejercicio. Tengo que ser muy consciente de aceptar el estado en el que está mi cuerpo ahora mismo y a partir de la aceptación, ir trabajando la autoestima corporal e ir fomentando la competencia», plantea Garrigós.
«Hay que trabajar un poco desde la consciencia. Si nunca te has visto expuesto a ese tipo de tareas y actividades de movimiento, lo normal es que al principio te sientas torpe y no sepas qué hacer. Esto ocurre cuando empezamos a tocar un instrumento musical o a hablar un idioma nuevo. Va a pasar lo mismo, te vas a poner a hacer escalas en una guitarra o en un piano y, al principio, te va a salir bien una cada cincuenta. Al final, hay que confiar en ese proceso de aprendizaje y entender que requiere de pasar sí o sí por ese punto de frustración y de vergüenza. Eso se puede mirar desde otro ángulo. Generalmente, cuanto más torpe seas y más difícil te resulte aquello a lo que te estás exponiendo, desde el punto de vista del movimiento, más te está enriqueciendo. Cuanto más repites algo y mejor lo sabes hacer, eso te va aportando menos. Por eso, también, cuando las personas alcanzan cierto nivel de fitness o deportivo, se ponen retos cada vez más complicados o difíciles», señala el entrenador Rober Sánchez, autor del libro Camina, salta baila (Plataforma editorial).
Por otro lado, es importante tener claro el por qué hacemos ejercicio. Hay múltiples beneficios relacionados con el ejercicio físico, pero de todos ellos, hay que encontrar cuáles son, en particular, los que nos interesan. «Cuando sabemos por qué hacemos las cosas, tenemos una dirección clara hacia donde ir. Si no tenemos idea del por qué, es mucho más fácil desviarnos del camino. Entonces, cuando yo descubro los motivos y estos motivos son beneficios que me van a mejorar la vida en otros aspectos, no solo en la salud física, que puedo trasladar a otros aspectos de mi vida, es una recompensa muy positiva que puede generar motivación intrínseca porque nace de un deseo interior, propio. Son mis motivos, no los que me han impuesto», explica Garrigós.
Somos seres sociales
Para muchas personas, encontrar una comunidad puede ser un gran factor motivador a la hora de hacer ejercicio. Si alguna vez te ha pasado ir al gimnasio y sentir incomodidad por estar rodeado de otras personas a las que no te une nada, una actividad en grupo o un deporte en equipo podría hacerte sentir más a gusto.
«El beneficio social está estudiado y se ha demostrado que es uno de los factores que más influyen en la motivación. El sentirse parte de un grupo, el sentir que pertenecemos, es muy importante para los seres humanos. Y el deporte es una forma maravillosa de lograr eso, porque se establece otro tipo de relación social. No es lo mismo que cuando estás tomando un café o te presentan a alguien, sino que todos están allí porque tienen un objetivo común. Da igual que sea crossfit o baile, todos están allí para disfrutar de la misma cosa. Entonces, importa mucho menos de dónde vengas o tu historia, porque lo que importa es compartir eso. Se crean unos valores muy bonitos a través del ejercicio», dice Garrigós.
Rober Sánchez coincide en esto. «Encontrar un grupo de personas que estén más o menos en el mismo punto que tú puede ayudar. Tú te sientes torpe al empezar una actividad nueva, pero al estar rodeado de personas que también se sienten así pero que se involucran en la misma actividad, puede ser un poquito más fácil continuar hacia adelante. Yo lo que haría, entonces, sería plantearme eso. Si puedo participar en una actividad de grupo», propone.
Los mitos que nos contamos a nosotros mismos
Cuando se trata de hacer ejercicio, muchas veces «hay falsas creencias que tenemos que desmontar. Una de las típicas es "No se me da bien el deporte". Hay mucha gente que lo piensa, pero no existe tal cosa. No hay gente a la que se le da bien el deporte o no. Hay gente que ha entrenado más o ha encontrado su forma de moverse y la ha practicado más. Pero todos tenemos un cuerpo y todos tenemos que moverlo. Y cada cuerpo es único, cada cuerpo tiene su forma de moverse en la que se siente más a gusto», señala Garrigós.
En muchos casos, estas son ideas que arrastramos desde la infancia, que vienen de nuestras primeras experiencias con la actividad física. «Si te pegan un pelotazo jugando fútbol y luego, en tu casa, no hay nadie más que haga actividad física ni tienes relación con ningún otro deporte, entonces para ti, siendo pequeño, tu relación con el deporte es el fútbol y eso te recuerda a aquel momento traumático. Cuando eso pasa, ya te queda la concepción de que el deporte no es para ti. Y cuando construimos una creencia, vamos buscando inconscientemente otras pruebas que la refuercen. Una mala experiencia con el tiempo se va fortaleciendo, enquistando, haciéndose bola, y ya forma parte de tu identidad. Mucha gente tiene ese problema: es parte de su identidad el creer esto de "El deporte no es para mí". Eso no me lo puedes decir, porque cuerpo todos tenemos. Quizás tú no has encontrado tu forma de moverlo, pero todos tenemos una», asegura la psicóloga.
«Hay tantas formas de movimiento como cuerpos hay. Y es un error pensar que para ponerme en forma tengo que ir a levantar pesas si eso, para uno, es ir a sufrir. Si es ir a sufrir, no hagas eso. Encuentra otra forma de movimiento que te guste. Esto también viene bastante de los entrenamientos tipo militares de no pain no gain. Hay gente a la que esto le gusta y le funciona, porque el deporte también tiene esta parte de superación personal, en la que tú tienes que sufrir para ir consiguiendo resultados. Hay gente muy ambiciosa en el deporte, pero hay gente que no tiene ninguna ambición en el deporte y solo quiere estar un ratito con su cuerpo, cuidarlo, darle movimiento, y eso está perfecto también. Lo que no es aceptable es no prestarle ningún tipo de atención a tu cuerpo y aparcarlo como si no existiera. Pero el deporte puede ser muy placentero y es simplemente una cuestión de probar, de ir explorando y escuchando a tu cuerpo para ver qué te va bien», concluye Garrigós.
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